Grano a grano

Llenó la zanja

Que los dividía

Inició el camino

Lo que los uniría

Solía escribir cuentos cuando cursaba el tercer grado y mis profesoras expresaban curiosidad al leer mis escritos, así como al ver cómo explicaba determinados temas a mis compañeras de clase. Muchos años después los cabos empezaron atarse. El primero, en mi deseo de escribir. De cuando en vez escribo sin parar. Prosa y poemas. Mis profesoras identificaron una habilidad a mis 9 años: la escritura. Lamentablemente, nadie le hizo seguimiento ni me ayudó a desarrollarlo. Me pregunto cómo habría sido mi vida si ese talento lo hubieran nutrido los adultos que me rodeaban.

En mi adolescencia descubrí mi amor por la música. No sin olvidar que cuando niña cantaba, cantaba todo lo que se me atravesara. Empecé a estudiar violonchelo como un pasatiempo y se convirtió una profesión. Por el camino develé mi segunda pasión: la educación, transmitida también por mis ancestros. Entendí también que al explicar a mis compañeras de colegio estaba imitando a mis padres que también fueron educadores.

Mientras realizaba mi pregrado inicié mi entrenamiento Suzuki. Me tomó varios años entender la profundidad del también conocido como el método de la lengua madre. En donde se enseña música a los chicos desde temprana edad, en equipo(padres, profesores, estudiantes) y con inmersión en la música. Todos los pequeños tienen la capacidad de aprender de la misma forma como lo hicieron con la lengua que habla su comunidad o país. No hay distinción geográfica, de apariencia física o de posibilidades económicas en la habilidad, solo potencial y la responsabilidad de desarrollarlo es de los adultos, de la sociedad que rodea al infante.

Como pedagoga Suzuki en entrenamiento desde el 2003 y ejerciendo como docente por más de una década en ambientes diversos en Latinoamérica y los Estados Unidos, comprendo aún mejor cuán importante es crear espacios para que las personas, desde su primera infancia preferiblemente, desarrollen sus habilidades. Así como lo vital que es mantener estos espacios por generaciones. El apoyo y la comunidad son elementos fundamentales en el desarrollo de la habilidad.

Tuve la fortuna de ser beneficiaria de becas como la Martin Luther King Jr. y la Fulbright. Allí encontré el apoyo de la comunidad de la diáspora africana. Empecé a conocer más gente que

pasaba por las mismas dificultades por su color de piel y rasgos físicos africanos. Las conversaciones sobre cómo cambiar esta cruda y dolorosa realidad que vivíamos a diario desde nuestra niñez, desde nuestros ancestros y que continuaba durante nuestra adultez iniciaron. Empecé a entender que las micro y macro agresiones que había recibido y seguía recibiendo en diferentes ámbitos sociales eran racismo sistémico.

Las fundaciones que me eligieron para obtener estas becas creyeron en mi potencial y me siento profundamente agradecida por ello. Durante la beca MLK Jr. tuve acompañamiento y entrenamiento continuo en liderazgo y justicia social. En aquella época debía practicar chelo, piano, hacer trabajos de las ocho materias que tomaba en el pregrado, pasaba 2 horas y media diarias desplazándose en el transporte público de mi casa a la universidad y viceversa, más diez horas semanales de clases de inglés. Fue un período agotador, pensé mucho en renunciar a la beca, pero la paciencia y motivación de los benefactores me permitió aprovecharla al máximo y entender el impacto de replicar la oportunidad que estaba recibiendo.

Cuando terminé los cursos avanzados de inglés me llamaron para aconsejarme sobre cómo lograr iniciar mis estudios de posgrado en el exterior. Fue una consejería muy sólida. Una vez más el amor y la paciencia que recibí durante ese periodo me impulsaron a sobrellevar largas jornadas de estudio, aplicaciones a becas, preparación para exámenes, estudio diario del violonchelo, clases individuales y grupales del instrumento, música de cámara y orquesta, más mi trabajo de medio tiempo en donde ejercía como educadora para la primera infancia e interpretación del violonchelo, aplicando todo mi entrenamiento Suzuki en diferentes instituciones en Bogotá.

El fruto de tanto esfuerzo se manifestó cuando recibí la beca Fulbright. Sin embargo, el proceso no paró allí. Las jornadas continuaron y realmente no mermaron hasta que me gradué de magíster, que también fue toda una prueba de resiliencia personal y profesional.

A través de los años y la capacitación que recibí a nivel musical, pedagógico, de liderazgo y justicia social, comprendí que debía hacer algo para cambiar el panorama en mi entorno musical, en donde yo era la única afrocolombiana, pero sabía que no podía hacerlo sola. Inicialmente tenía en mente crear una escuela de música para poblaciones indígenas y afrocolombianas, pero este proyecto no se materializó. Fue allí cuando cree la Beca Cuerdas Afrocolombianas.

La idea de la beca se manifestó en el 2015, en una visita a mis ex profesores y ahora colegas en la Escuela de Música de Cámara de Bogotá. Tan pronto vino a mi cabeza, le comenté al director de la escuela, la idea: comenzar un programa que becara a estudiantes afrocolombianos de bajos recursos para estudiar violín, viola o violonchelo con los profesores titulares de las cátedras en la escuela. La beca cubriría matrícula completa para los diferentes programas ofrecidos por la escuela, acceso a instrumentos para practicar, una tarjeta del servicio de transporte público en Bogotá cargada con viajes para tomar el bus

casa/escuela/casa, apoyo emocional y seguimiento de los docentes y benefactores para con los becarios.

La Escuela de Música de Cámara de Bogotá es mi Alma Mater. Allí fui acogida con amor y paciencia legítimos desde sus inicios en el 2006, cuando las clases se dictaban en la sala de mi profesor de chelo. La escuela se formalizaría al poco tiempo para después expandir sus brazos como fundación. Nunca olvidaré que mis profesores respetaron mi ritmo de aprendizaje. Allí viví mis mejores años como chelista en formación. Tengo recuerdos muy especiales de comunidad en la escuela, como cuando llegábamos temprano a estudiar y tomábamos un descanso al mediodía para preparar y compartir el almuerzo juntos con compañeros y amigos. Gracias al apoyo incondicional que recibí en la escuela logré graduarme de mi pregrado. Mucho de lo que aprendí en la escuela forjó mi carácter como música y educadora. Sabía que la beca estaría en excelentes manos.

No tenía donaciones, pero sí pasión por expandir las oportunidades de las que yo disfruté. Quería ver más personas de la diáspora africana tocando estos instrumentos. Sabía que el talento existía, a borbotones. Así que utilicé mis ahorros para pagar por la primera becaria. Ya me las ingeniaría para atraer más donaciones en los próximos semestres. Mi hermano, también artista, pero visual, “me cogió la caña”, como decimos en Colombia. Luego se unió a la causa mi esposo, mi mamá y así más manos se han unido para seguir apoyando a jóvenes afrocolombianos para que estudien en un ambiente lleno de amor y apoyo académico, social y emocional, en donde pueden desarrollar su carácter y potencial artístico.

La beca se ofrece ahora para violín, viola, violonchelo, contrabajo, piano y canto. La primera becaria, Yijhan, está realizando un pregrado en violonchelo. Junto con Karen, violista beneficiaria actual de la beca, ya expresan su deseo de replicar la misma oportunidad en sus comunidades en otros lugares de Colombia.

El camino no ha sido fácil. El trabajo que implica planear, ejecutar y mantener esta beca es dispendioso y parte del mismo basado en el voluntariado. Los únicos que reciben pago son los profesores que están en el aula con los becarios.

Al crear un equipo que le abre las puertas a estudiantes afrocolombianos para crecer y tener oportunidades se está contribuyendo a movimientos de equidad más grandes en Colombia y espero también en Latinoamérica. Seguimos en la lucha por expandir la beca a muchos más estudiantes en el país, pero para todo esto se requieren recursos y manos altruistas dispuestas a ayudar.

Aunque ya no resido en mi país natal, una parte de mi corazón sigue allí, pensando en la nación y en todas las vicisitudes por las que pasa su gente y que comparten con otros países en Latinoamérica. Las comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas encabezan la lista. Violencia estatal, racismo, clasismo, machismo, falta de oportunidades, desplazamiento forzado, contaminación de los ambientes que habitan, criminalización, guerra. La lista es larga.

Yo nací y crecí en la capital de Colombia, Bogotá. Apesar de toda la discriminación que viví, tuve privilegios, acceso a un violonchelo, a profesores, a becas, al ambiente enriquecedor y de amor auténtico de la EMCB. En todo mi camino de formación clásica sólo había conocido a dos músicos afrocolombianos más y siempre me pregunté por qué. Cuando tuve el suficiente entendimiento lo comprendí: desventajas geográficas y económicas. Parte del sistema, un sistema que dicta quién puede vivir, trabajar, acceder a oportunidades y ser parte de la economía de un determinado espacio. Un sistema global y desigual.

Shinichi Suzuki decía: cuando el amor es profundo, se puede alcanzar mucho. El amor por la música, mis ancestros y mis comunidades me impulsan. Incluso cuando me siento flaquear frente a los esfuerzos que implica construir una sociedad más justa, que entienda y aplique el significado real de la palabra humanidad.

Gracias a la Beca Cuerdas Afrocolombianas se sigue educando talento afrocolombiano en la Escuela de Música de Cámara de Bogotá que está cobijada por la Fundación Márguz para las Artes. En su corta existencia, la EMCB ha preparado a músicos y educadores que residen y practican su profesión en Colombia y otras partes del mundo.

Para realizar donaciones a la Beca Cuerdas Afrocolombianas por favor contactar al equipo de la beca en el correo: [javascript protected email address]

Más sobre la Beca Cuerdas Afrocolombianas:

https://carolinaborjamusic.com/beca-cuerdas-afrocolombianas

http://www.fundacionmarguz.com/beca-afro https://www.facebook.com/beca.cuerdas.7

Para leer más sobre la Fundación Márguz para las Artes: http://www.fundacionmarguz.com/

Carolina Borja Marroquín profesora certificada de violonchelo y educación para la primera infancia de la SAA. Tiene más de diez años de experiencia docente en comunidades diversas en Latinoamérica y los Estados Unidos. Ha reunido su bagaje como cantaora y chelista afrocolombiana de sus colaboraciones con bandas de folclor y músicas del mundo, grupos interdisciplinarios de artistas, compañías de danza, ensambles de música de cámara y orquestas. Gracias a una beca Fulbright es Magíster en Pedagogía de la Interpretación del Violonchelo de la Universidad de Ohio. También ha sido becaria Martin Luther King Jr. y del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América, entre otras distinciones. Es la fundadora y directora de la Beca Cuerdas Afrocolombianas y el Tutti Music Program.

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