Traducido por Cecilia Pinto Canelo

A veces, un corazón hermoso no basta. A veces, la naturaleza humana se encargará. A veces, tomar un momento para ordenar mis pensamientos es la única forma de mantener el equilibrio.

Esta fue mi experiencia el verano pasado en un taller donde estaba enseñando. Después de una de mis clases, me enfrenté a un padre que no estaba contento. Su hijo fue enviado a pasar un tiempo a solas por su mal comportamiento. Todos los niños y las familias saben que hay dos reglas en mi clase: Regla número uno, siga las reglas del Sr. Krigger. Regla número dos, si tu diversión sucede a costa de distraer a la clase, has perdido el control y tendrás que irte a pensar un rato a solas. Preguntó por qué su hijo había sido separado del grupo y aseguró que su hijo no había perdido el control. Comencé a pensar en una serie de cosas: Tu hijo rompió las reglas. Tu hijo conoce las reglas. Toda la clase conoce las reglas. Es mi clase y sé cómo enseñarla, ¿cómo te atreves a cuestionarla? Era una distracción y los demás alumnos no estaban aprendiendo, así que padeció las consecuencias. Después de hacer una pausa, le pregunté si podía dejarme pensar sobre lo sucedido y conversar al día siguiente. No dormí mucho esa noche.

Mis pensamientos me llevaron de regreso a mi primera exposición a la música y a los profesores que influyeron en mi aprendizaje. El Sr. Buggs, el maestro de música de séptimo grado, estaba pasando de clase en clase preguntando, ¿alguien interesado en unirse a la orquesta? Mi amigo levantó la mano, así que yo levanté la mía. Él quería tocar el violín, así que yo elegí el violonchelo. La primera vez que comencé a tocar, sentí como si lo hubiese hecho toda la vida. Mamá y papá vieron que lo amaba y que estaba comprometido a practicar en casa. Tres años después, todavía me apasionaba tocar el violonchelo. Aunque no había mucho dinero para actividades extracurriculares como lecciones de música, mis padres encontraron la manera de que comenzara a tomar lecciones en la Academia de Música.

Me gradué en DuPont Manual High School, donde estaba en la orquesta, tocando el violonchelo el 90 por ciento del tiempo y el violín el 10 por ciento. Aprendí el violín a insistencia de Virginia Schneider, profesora de viola en la Universidad de Louisville y una de mis mentoras. Fue una de las profesoras que introdujo el método Suzuki en la universidad. La Sra. Schneider hizo posible que enseñara a los jóvenes de los barrios pobres de la ciudad en el Programa de Música de Verano. Mi pasión por tocar el violonchelo se vio reforzada por mi nueva pasión por enseñar a los niños.

Me uní a la Louisville Youth Orchestra con Rubin Sher. Tocaba un violonchelo Kay de contrachapado con cuerdas de tripa y mis padres querían conseguir uno mejor para mi. A decir verdad, me encanta tocar ese violonchelo. Era uno de los mejores modelos de Kay y tenía un gran sonido para mi personalidad. Fuimos al Music Center en 5th Street para preguntar por un instrumento. El propietario sacó un violonchelo de estudiante muy desgastado, pero bueno. En realidad, era un antiguo instrumento italiano, y recuerdo haber puesto mi arco en la cuerda y hasta el día de hoy nunca he tocado un instrumento que pudiera tocar con un solo crin del arco y aún así producir un sonido dulce y hermoso sin importar cuán suavemente lo tocaras. El precio era de $600, y en ese momento, $600 podían equivaler a $6.000.000 dada nuestra situación financiera. Pude ver en las caras de mis padres cuánto querían que lo tuviera, pero simplemente no era factible en ese momento. Recuerdo que no me decepcionó, sino que me llenó de alegría poder sentir y ver cuánto querían mis padres algo mejor para mí.

Recibí una beca para asistir a la Universidad de Louisville, con mi violonchelo Kay, por cierto. Lo hice muy bien en la universidad con el violonchelo, pero no tanto en mis otras materias. Me faltó madurez para comprender que mi vida toda se veía plasmada en mi forma de tocar el violonchelo. Mi profesor universitario de violonchelo, Guillermo Helguera, hizo todo lo posible para guiarme a seguir las reglas de la vida universitaria o padecer las consecuencias. Al final, suspendí la universidad.

A mediados de los 70 comencé a viajar, impartiendo talleres de violonchelo y movimiento. Siempre tuve la costumbre de conducir en medio de la noche para llegar a cada taller; a mis padres les preocupaba mi seguridad mientras viajaba por el centro y sur del país Recuerdo que pasé por un pequeño pueblo alrededor de las dos de la mañana y un policía blanco me detuvo. Mi auto estaba lleno de bolas de ponche infladas para mi clase. Preguntó adónde iba y le dije que iba camino a dar un taller para niños esa mañana. Me dio su tarjeta y me dijo que lo llamara si necesitaba algo. En ese momento, no pensé mucho en eso. Al pensar en retrospectiva, mis padres, predicando con el ejemplo, me enseñaron a "estar al tanto de mis alrededores" en lugar de "temer a mis alrededores". Mis padres fueron humildes visionarios. Mamá terminó la universidad y se convirtió en una educadora muy respetada y valorada en la comunidad. Papá pasó de empleado de almacén a gerente de la tienda por departamentos más grande de Louisville, Kentucky. Ambos tuvieron un trato amable y compasivo con todos.

Cuando regresé al taller a la mañana siguiente, los niños siguieron su rutina usual de recordarse mutuamente las dos razones por las que están en clase. Razón uno: No están allí para aprender música. Están allí para aprender a hacer “sonidos hermosos”: En la forma en que se dirigen a cada uno, en las actividades conjuntas, e incluso al hablar sobre sus desacuerdos. Segunda razón: ayudarse mutuamente y preocuparse por el bienestar de sus amigos en clase con un "corazón hermoso".

Luego se recordaron las dos reglas a seguir en clase. Regla uno: Siga las reglas del Sr. Krigger. Regla dos: diviértete tanto como puedas en el espacio que alcances al estirar ambos brazos. Si te diviertes pasando ese espacio, has perdido el control y pasarás un tiempo a solas. Les dije que íbamos a cambiar la regla número dos. Al ser enviados a pasar un tiempo a solas, no se les diría que han perdido el control, sino que necesitan estar fuera de la clase por un momento para pensar en sus acciones. Y no estarán solos; pueden elegir a un amigo o voluntario para que se siente con ustedes y les apoye. Después de un momento de autocontemplación, toda la clase le pedirá que regrese a una sola y hermosa voz y con ninguna voz por encima de las otras.

El Dr. Suzuki dijo que “solo practiquemos los días en que comemos.” Mi experiencia el verano pasado me enseñó varias cosas. Un corazón hermoso también debe ser puesto en práctica todos los días: El amor incondicional y el apoyo que recibo de mis padres que me dieron tanto cuando teníamos tan poco. El mentor que vio algo en mí. La preocupación por mi seguridad en medio de la noche por parte de un total extraño. Los compañeros con los que he compartido mi vida durante muchos años. El amor de mi familia. Compartir el amor y las muchas culturas de las familias y sus hijos. Estos hermosos corazones forman la base sobre la que continúo construyendo. Hermoso sonido, hermoso corazón.

Los quiero.

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